A unas seis cuadras de la basílica de San Patricio, a sólo 200 metros de la calle comercial Sainte-Catherine y pegado a la estación central de trenes de la ciudad, en pleno corazón de Montreal, se encuentra la basílica-catedral Marie-Reine-du-Monde, sede de la arquidiócesis local.

Se trata de la tercera iglesia más grande de la provincia Quebec, sólo por detrás del Oratorio de San José (también en Montreal) y la basílica de Sainte-Anne-de-Beaupré (en las afueras de la ciudad de Quebec). Su tamaño resulta imponente y, aun cuando se encuentra rodeada de edificios y otras construcciones realmente altas (a diferencia de las otras dos, que están situadas en lugares despejados y rodeadas de verde), se destaca por su impresionante arquitectura de estilo neorenacentista y rápidamente nos hace sentir en Italia, porque es una copia de la Basílica de San Pedro (Roma).

Ignace Bourget, el segundo obispo católico de Montreal, ordenó su construcción para reemplazar la antigua catedral Saint-Jacques, destruida en el gran incendio que afectó a Montreal en 1852, optando por crear un modelo reducido de la Basílica de San Pedro. La iglesia se construyó en la entonces parte oeste de la ciudad, donde se encontraban los barrios acomodados, mientras que la antigua catedral estaba situada al este.

A pesar de las dificultades que supuso la reproducción de semejante obra –incluso a una escala reducida–, la construcción empezó en 1875 y la nueva iglesia fue consagrada a Santiago en 1894, bajo el nombre de catedral Saint-Jacques. En 1919 el papa Benedicto XV la proclamó basílica menor y en 1955 fue reconsagrada a María, Reina del Mundo por el papa Pío XII.

La fachada de la basílica se encuentra embellecida por las estatuas de los santos patrones de las trece parroquias montrealesas que pusieron en común sus bienes religiosos al momento de su construcción (a diferencia de la fachada de la basílica de San Pedro, en la que hay estatuas de los doce apóstoles). En el frente se observan una serie de ventanas coronadas por un frontón redondeado y enmarcadas por columnas y pilastras; la parte central del edificio tiene un imponente frontón triangular.

Detrás de esta fachada, muros de piedra caliza rugosa o abollada, con piedra vestida alrededor de las ventanas, forman un plan cruzado coronado por una gran cúpula y dos pequeñas cúpulas de cobre. El lugar de estas dos cúpulas más pequeñas originalmente debía ser ocupado por dos torres, que nunca fueron construidas.

Así se veía desde nuestra habitación en el Marriott Château Champlain, cuyo review subiremos pronto.

El interior también copia al de la basílica italiana, aunque no lo reproduce en todo su esplendor.

Sin embargo, la disposición arquitectónica de la nave principal, la bóveda de madera blanca y dorada y el baldaquín neobarroco de columnas retorcidas de color bronce dorado (una reproducción a escala del de Bernini, obra de Arthur Vincent y de Joseph Olindo Gratton) son realmente interesantes de ver.

Las curvaturas de las bóvedas que se cruzan se roban el centro de atención de la mirada de los visitantes, incluso por sobre las numerosas pinturas y dorados de 23k que decoran la iglesia.

La iglesia también tiene un santuario, un ábside, una capilla funeraria donde descansan los restos de distintos obispos de Montreal, un baptisterio, una capilla de bodas y una capilla conmemorativa.

En este link se puede disfrutar de una visita virtual 360º sensacional!!

La entrada es gratuita. No se ofrecen tours con guía. El horario es lo suficientemente amplio como para que podamos visitarla: lunes a viernes, de 7h00 a 19h00; sábados y domingos, de 7h30 a 19h00. La estación de metro más cercana es Bonaventure, de la línea naranja.

Para aquellos que visiten Montreal, la basílica-catedral Marie-Reine-du-Monde resulta un lugar casi obligatorio de paso. Sentir que estamos en suelo romano es realmente posible en el interior de esta fantástica iglesia y por eso recomendamos con énfasis que se hagan de unos minutos para conocerla.

Porque viajar enriquece el alma