Seguimos conociendo Montreal. Después de una mañana paseando por las calles del barrio Vieux Montreal, decidimos cruzar en metro hasta la isla Sainte-Hélène para disfrutar de un picnic al aire libre. Renovamos energías, regresamos al barrio antiguo y a primera hora de la tarde tomamos el tour con guía por la basílica Notre-Dame.
Cuando la vida en esta parte de la ciudad empezaba a apagarse, emprendimos el regreso al hotel. Como todavía teníamos algo de piernas, renunciamos a nuestro amigo “el metro” y empezamos a caminar. La idea original era llegar, más o menos rápido, hasta la calle comercial Sainte-Catherine para disfrutar de la tarde/noche montrealense.
En nuestro paseo, con punto de destino seguro pero con recorrido indefinido, nos “tropezamos” con la basílica de San Patricio, una de las cuatro basílicas emblemáticas de Montreal. Esta famosa (pero no muy turística) construcción se encuentra sobre el boulevard René-Lévesque O, aunque su fachada principal se aprecia mejor desde la calle St-Alexandre.
La basílica es de culto católico apostólico romano y fueron los arquitectos P. L. Morin y Felix Martín los que se encargaron de llevar a cabo esta obra arquitectónica a lo largo del siglo XIX, habiendo finalizado el trabajo en 1847. La basílica se construyó con el objetivo de ofrecer un lugar de culto a todos los inmigrantes irlandeses de la época.
Tiene una altura de 69 metros y se destaca por encima de otros edificios de la zona, con sus 71 metros de largo y 32 metros de ancho; a partir de 1985 es monumento histórico dada su importancia y el 17 de marzo de 1989 (día en que los católicos celebran la fiesta de San Patricio) el papa Juan Pablo II la promovió al status de basílica menor.
En el interior, ornamentado con motivos que combinan la flor de lis de Francia con los tréboles de Irlanda, nos deslumbran 25 columnas talladas en madera de roble blanco con mármol. La iglesia cuenta además con tres altares de diferentes diseños, cuatro rosetas de diferentes colores hechas por el artista neoyorquino Alex S. Locke y más de un centenar de óleos de diferentes santos.
Mientras caminamos por la nave central, descubrimos una gran lámpara, uno de los símbolos más importantes de la basílica ya que es única en América del Norte y tiene un peso aproximado de 815 kilos. Esta lámpara fue instalada en 1896 y es una de las dos decoraciones adicionales que se hicieron posteriormente a la finalización del edificio.
La basílica también es conocida por su carillón, un grupo de diez campanas que suenan armónicamente en varias oportunidades a lo largo del día (el sistema fue restaurado en 1989); la campana más antigua se llama Charlotte y fue previamente usada en la antigua iglesia de Notre-Dame.
El segundo elemento decorativo que se agregó a la iglesia fue el órgano, construido por Samuel Russel e instalado en 1852. En 1972 se hicieron trabajos de restauración y mantenimiento en el valioso instrumento, y se decidió combinar el órgano de Russel con el de la iglesia San Antonio, también de Montreal, que había sido previamente demolida.
Sin dudas, para aquellos que vayan a Montreal, la basílica de San Patricio es un hermoso lugar para visitar y así descubrir su sencilla pero preciosa decoración. La entrada es gratuita. No se ofrecen tours (tampoco encontramos folletos informativos para los visitantes), pero un simple recorrido basta para maravillarnos con su encanto.
Porque viajar enriquece el alma
Muy buen post!!! soy una gran admiradora de la «arquitectura religiosa». De hecho en todos mis viajes paso por todas las que puedo, creo que es un reflejo y retrato de la sociedad del lugar.
Te invito si tenés ganas a pasar a ver mis publicaciones de -Iglesias del Mundo- y dejar un comentario.
Saludos y nos seguimos leyendo!!
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