Esta fue el segundo tramo de nuestro vuelo hacia Nueva York.

En esta entrada te contábamos la crónica del vuelo que nos llevó a Santiago de Chile, y en esta lo bien que la pasamos en el VIP de Avianca gracias a nuestras tarjetas Priority Pass.

El Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez es #PasajeroEnTransitoFriendly ya que todo está muy bien señalizado, las distancias a recorrer entre puertas de descenso y embarque no son tan largas y hay varios comercios que nos permiten distraernos un rato si nuestra conexión lo permite.

Salimos en horario rumbo a la puerta 17 donde nos estaba esperando un Boeing 787-9 salido de fábrica apenas 45 días antes de nuestro vuelo. De más está decir que se lo veía impecable.

Embarcamos en horario, las pertenencias de cabina fueron revisadas por personal de seguridad por tratarse de un vuelo que ingresa a Estados Unidos, saludamos a la tripulación y nos acomodamos en nuestros asientos.

La configuración 3 + 3 + 3 atenta contra la mayoría de los grupos viajeros que, en general, se integran por números pares, 2 ó 4, lo que implica que la probabilidad de compartir fila y bloque con desconocidos sea mayor.

En nuestro caso nos dividimos en dos bloques de 2 y no tuvimos nada que reprochar, realmente fueron personas muy civilizadas (lo que no se dá en la mayoría de los casos… jajaja)

Los asientos son cómodos, quizás faltan algunos centímetros para las piernas, la ambientación con luces led que cambian de color es un detalle que agrada, pero lo mejor de todo es la insonorización de la cabina. Los motores casi no se sienten, lo que permite un mejor descanso.

Salimos en horario tal como lo muestra la captura de nuestra cuenta en Tripcase.

Ya en altura las ofertas para la cena eran salmon grillado con puré de papas o ravioles de queso con crema.

Fuimos por el salmón y fue uno de los platos más sabrosos que probamos en un vuelo (siempre considerando que en general la comida de avión en turista es…. turista… jajaja)

El entretenimiento es el clásico (y muy bueno por cierto) de LATAM, pero las pantallas modernas hacen la diferencia con el resto de la flota.

Luego de la ronda de «wisky o café?» las luces nos invitaron a descansar.

Dos horas antes de llegar al Aeropuerto Kennedy el desayuno nos permitió disfrutar del glorioso omelette. Pedimos disculpas por no mostrar la otra opción (sandwich de jamón y queso)… pero no tiene chances si pretende competir contra tamaño contrincante.

El aterrizaje fue perfectamente en horario (ver más arriba), como de costumbre la gente esperó parada en los pasillos unos quince minutos que se abrieran las puertas (jamás podremos entenderlos) y apenas entramos en la manga nos dimos cuenta que el julio newyorkino nos recibía con 30 grados centígrados a las 10 de la mañana… esa temperatura era la clara señal que la aventura por este norteamericano había comenzado de la mejor manera.

A viajar que enriquece el alma.